Estuve en el Paraguay hace unas semanas. La ocasión, por la cual fui para allá, era el cumpleaños de mi anciana madre. 90 años. De modo que emprendí el largo viaje, crucé el océano y llegué una mañana soleada y agradable al aeropuerto Silvio Petirossi.

Un buen amigo me estaba esperando para llevarme a mi alojamiento. El tráfico ha aumentado considerablemente en los últimos años. La última vez que estuve por allá fue en 2012. Hoy en día hay muchos coches nuevos. El progreso llegó entre otras en la forma de atascos. Eso era nuevo para mí en Asunción. Y hay que ser sumamente atrevido para cruzar una calle preferencial. A mi pregunta que si aquí también se tenía preferencia al venir de la derecha me respondieron riendo que sí, pero que dura demasiado tiempo para que cruces. De manera que se mete la ‘nariz’ del coche hasta la mitad de la calle, esperando que alguien pare para continuar con el viaje. ¿Oyen las bocinas?

Los primeros días no contaba con transporte, excepto el transporte público. Es otra hazaña atreverse a subir a un bus repleto. Pero por lo menos una vez tuve que viajar en un bus así. Mi amiga L., en cuya casa me alojé durante estas semanas, me llevaba a su trabajo en la Universidad, que quedaba cerca del hogar en el cual recide mi madre. Pero me tocaba caminar un trecho por la calle. Los ‘gringos’ no caminan por la calle en pleno sol cuando hace 40 grados. Pero yo sí. Eso me permitió ver los charcos de agua estancada y la enorme cantidad de basura tirada por todos lados sin ninguna consideración al medio ambiente. Especialmente el agua sucia y estancada me llamó la atención, puesto que al entrar al país vi un letrero que decía “Cuidado con el dengue.” Es una enfermedad grave transmitida por zancudos o mosquitos. El agua estancada y sucia es un paraíso para las larvas de los mosquitos…

Pero también recibí muchos silbazos o bocinazos, puesto que por ser “rubia” llamaba la atención de los conductores de buses y coches. Ya se me había olvidado ese detalle. Y ahora lo experimentaba con una sonrisita, considerando los años que habían pasado desde que fui joven.

Viví también muchos momentos de intensa alegría. Gente que se alegra de verte y lo expresa con entusiasmo, gente amable en los negocios, sol y más sol, flores porque había empezado la primavera, mandió chyryrý (una comida típica hecha a base de la mandioca o casave).

En las plazas centrales de la ciudad, en pleno sol, hay muchos timbiriches en los que venden artesanías. Ahí compré ñandutí para llevar de recuerdo. Y una camisa de ahopoí y otras tantas cosas más. Con una amiga nos probamos una tras otra blusa por encima de nuestra ropa en plena plaza. Las vendedoras se afanaban en mostrarnos lo mejor de su colección en todos los colores imaginables.

Los amigos, cuando se reúnen, hablan todos al mismo tiempo. Se interrumpen y gesticulan. Pero parece que sin haber oído nada sí oyeron todo y llegan a algún misterioso acuerdo. Pude observar divertida ese alboroto.

Por la calle con 40 grados no resulta ser un gran placer para la mayoría de nosotros. Pero para mí era un recuerdo de toda una vida que había pasado ahí. Me había tocado caminar infinitas veces con temperaturas altas y cargada de mis utencilios del colegio por esas 10 cuadras de la Mariscal López hasta mi casa.