La llegada de San Nicolás en un pequeño pueblo en el norte del país fue una gran sensación. Hacía un frío bárbaro. Íbamos bien forraditos y abrigados hacia el Puerto, donde llegó el barco con San Nicolás montado en su caballo blanco y rodeado de los “pedros negros”, que siempre suelen ayudarle con todo. Hay muchos regalos que entregar, “nueces de pimienta” que repartir a los niños… La emoción es enorme, la alegría también. Una de las madres, hija en brazos, lloraba de emoción, pidiéndole a los pedros un par de golosinas, ya que nunca había recibido nada de ellos.

Por la noche los niños colocaron sus zapatos en fila, llenándolos de zanahorias y paja para el caballo. Y claro, al día siguiente encrontaron golosinas en ellos. Esta fiesta dejó muchísimos recuerdos bellos en el alma de muchos niños y también de muchos adultos. Porque el día de su cumpleaños, el santo suele agasajar a los niños: les trae muchísimos regalos y dulces. Luego parte de vuelta a “España”, de donde vino unas semanas antes. O bien, los adultos preparan sorpresas, el uno para el otro, lo que también causa mucha alegría e hilaridad.

El secreto más intrigante es saber quién ha colocado la gran bolsa con regalos frente a la puerta. Pues una vez enterados de que San Nicolás “no existe”, los niños quieren saber quién trae la bolsa enorme… Y ese secreto garantiza la magia de la fiesta.